lunes, 3 de enero de 2011

Él sólo quería divertirse un poco.

Eran ya pasadas las doce cuando él se despertó. Había sido una gran noche en todos los sentidos. No solo le habían ascendido en el trabajo, sino que por fin se había deshecho de aquella loca maniática que lo seguía a todas partes como un perrito faldero. Habían sido tres meses de fingido romance, hasta que él se vio incapaz de continuar con la farsa de mensajes empalagosos, flores y demás gilipolleces. ‘Ah, Natalie’, pensó, ‘Siempre fuiste tan ingenua’.

Él no estaba hecho para relaciones estables, así que esa noche había salido dispuesto a lo que fuera, pero sobre todo a conseguir alguna rubita resultona que llevarse al lujoso ático que poseía. Y al final lo había logrado. Sonrió y saboreó la victoria. Se giró y la vio, aún dormida, a su lado. Christine no-sé-qué, se llamaba. Pero era una máquina. Sí, esa noche había sido todo un triunfo para él.

La había encontrado en el local más exclusivo de la ciudad, cuando ella ya llevaba encima un cóctel explosivo de vodka, ron y ginebra y casi no podía tenerse en pie. Y al ver sus definidas caderas embutidas en unos ajustadísimos vaqueros, y su top de lentejuelas ligeramente caído, dejando entrever una buena delantera, sintió que su instinto sexual se activaba en aquel momento. Así que se había acercado a ella, y notando su fuerte olor a tabaco y alcohol, se percató de que ella no recordaría nada al día siguiente. Mucho mejor. La había agarrado del brazo y la había besado con brusquedad, acariciando todas y cada una de las curvas de su cuerpo, viendo cómo su rizada cabellera rubia se meneaba al ritmo que imponían sus apasionados besos, y la excitación se había apoderado de él. Se metieron en el deportivo de él y condujeron hasta su apartamento. Aquello había sido salvaje, ver cómo ella se despojaba de toda su vestimenta y se restregaba contra él, los movimientos rítmicos de su cuerpo contra el suyo, los gemidos de placer que ella dejaba escapar, el dulce contacto de sus lenguas contra sus cuerpos; hasta que habían acabado rendidos, excitados, agitados, dormidos uno al lado del otro, entrelazados.

Él se incorporó en la cama y se acercó a ella. Parecía un ángel cuando dormía. Un ángel resacoso, pero al fin y al cabo un ángel. Pasó sus labios dulcemente sobre el cuello de ella y le acarició suavemente la espalda. Ella se removió un poco, pero siguió durmiendo profundamente.

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