miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gritaré que te quiero hasta que me sangren las cuerdas vocales

Ahora estás lejos y no puedes oírme, y sin embargo, tu voz habita en mi cabeza. El tiempo va dejando su huella en nuestros corazones, en nuestros caminos, y la distancia que nos separa parece ahora un abismo imposible de evitar. No necesito decirte que te echo de menos, eso ya lo sabes. O al menos, deberías saberlo.

Sé que no puedes escuchar los latidos de este corazón maltrecho y remendado, latidos producidos por tu recuerdo, por mi estúpida manía de pensar en ti. Tanto tiempo después, y aquí sigues, como si nunca te hubieras ido. Como si nunca te hubieras despedido de mí aquel día para no volver. 

Las gotas de lluvia golpean las ventanas. Quién sabe si allí esta tormenta estará empapando las calles y azotando los arboles. Y aquí estoy yo, calada hasta los huesos, y llena hasta la punta de mis terminaciones nerviosas de este sentimiento que me oprime el pecho y que hace que la tormenta parezca simplemente una fina lluvia en comparación con los mares que brotan de mis ojos. Hay quien lo llamaría desazón, desesperanza, rabia, melancolía. No sé si tendrán razón, lo único que sé es que es como un fantasma que habita conmigo, una sombra que me persigue. ¿De qué sirve tener amor en tu interior si no puedes dejar que fluya libremente por tus venas, si no tienes a nadie con quien compartirlo? 

No importa que no me oigas, quizá el viento se encargue de llevarte mis susurros. Quizá este viento huracanado que produce la tormenta se lleve mis deseos y te los haga saber, por si algún día decides regresar. Y hasta ese día, gritaré que te quiero hasta que me sangren las cuerdas vocales. Hasta que todas mis fuerzas me hayan abandonado. Hasta que me abraces de nuevo.