jueves, 15 de diciembre de 2011

Whirlwind

Hay millones de cosas que siempre quise decirte. Que me callé como una puta por mi estúpido miedo a fracasar. Quizás ya no tiene sentido que las sepas. Quizás ni siquiera quieras saberlas. Pero mi cabeza lleva dando vueltas desde el día en que te fuiste, intentando encontrar un modo de vomitar todo lo que tiene dentro. ¿Es demasiado tarde? No lo sé. Lo único que sé es que tengo una confusión terrible que solo tú serías capaz de solucionar. 

 No sé a qué juegas, chico. No sé qué intentas conseguir, pero está claro que tu actitud pseudobipolar no me va a ayudar mucho en esto. Un día me odias, al día siguiente eres el ser más adorable del mundo conmigo. Un día me quieres hacer sonreír, y al día siguiente me tratas como si fuéramos un par de desconocidos. Y yo no sé qué pensar. No sé si quieres que siga ahí, detrás de ti, como un jodido perro faldero, solo para que tú te sientas realizado y puedas “presumir” de tener a una loca obsesionada a tus pies, lamiéndote el culo y besando el suelo que pisas. Quiero creer que tu intención nunca ha sido hacerme daño, ¿pero qué esperas que piense cuando lo único que me he conseguido por tu parte han sido desilusiones? 

 A veces siento que he tirado un año y medio a la basura, que esto jamás debería haber pasado y que he sido una estúpida por permitirlo. Pero es que en el amor uno no puede elegir qué sentir. Ni puede racionalizarlo todo, como te empeñas en hacer tú. Tal vez es que tienes miedo, o que la cabeza cuadriculada y tan perfecta para las ciencias que tienes te impide sentir cualquier cosa que no tenga una razón lógica para su existencia. Y a pesar de no entenderte, eres lo más inexplicablemente atractivo que he conocido en mi vida. Sí, esta es la última cursilada que diré. Aunque, total, nunca vas a leer esto. ¿Qué te puede importar lo que sienta una chica de diecisiete años con el corazón a punto de estallar y la cabeza hecha un lío por no saber qué cojones quieres de ella? Esto no es un maldito juego. Es mi vida en la que estás interfiriendo. La vida de alguien cuyo único error fue enamorarse de ti.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gritaré que te quiero hasta que me sangren las cuerdas vocales

Ahora estás lejos y no puedes oírme, y sin embargo, tu voz habita en mi cabeza. El tiempo va dejando su huella en nuestros corazones, en nuestros caminos, y la distancia que nos separa parece ahora un abismo imposible de evitar. No necesito decirte que te echo de menos, eso ya lo sabes. O al menos, deberías saberlo.

Sé que no puedes escuchar los latidos de este corazón maltrecho y remendado, latidos producidos por tu recuerdo, por mi estúpida manía de pensar en ti. Tanto tiempo después, y aquí sigues, como si nunca te hubieras ido. Como si nunca te hubieras despedido de mí aquel día para no volver. 

Las gotas de lluvia golpean las ventanas. Quién sabe si allí esta tormenta estará empapando las calles y azotando los arboles. Y aquí estoy yo, calada hasta los huesos, y llena hasta la punta de mis terminaciones nerviosas de este sentimiento que me oprime el pecho y que hace que la tormenta parezca simplemente una fina lluvia en comparación con los mares que brotan de mis ojos. Hay quien lo llamaría desazón, desesperanza, rabia, melancolía. No sé si tendrán razón, lo único que sé es que es como un fantasma que habita conmigo, una sombra que me persigue. ¿De qué sirve tener amor en tu interior si no puedes dejar que fluya libremente por tus venas, si no tienes a nadie con quien compartirlo? 

No importa que no me oigas, quizá el viento se encargue de llevarte mis susurros. Quizá este viento huracanado que produce la tormenta se lleve mis deseos y te los haga saber, por si algún día decides regresar. Y hasta ese día, gritaré que te quiero hasta que me sangren las cuerdas vocales. Hasta que todas mis fuerzas me hayan abandonado. Hasta que me abraces de nuevo.

viernes, 1 de julio de 2011

Necrophilia

Kiss me goodnight. Sing me to sleep. Stay with me till you see I'm dreaming. Whisper something sweet in my ear. Hug me, caress me, asphyxiate me. Pull me gently under my pillow. Cover my head with it, feel my breathing, feel it fade. Hear me, longing for some air. But don't listen, ignore me. Don't stop until I'm dead. Make it look like an accident, you know you're innocent. Tell them I ordered you not to stop. Touch my body, feel the coldness filling every cell of yours. You want something more, I can tell that. Lay me on the bed. Undress me, hit me, slap me, stab me, see the blood running. Don't feel sorry for me, I'm already dead. I can't feel anything, I can't feel my body being harshly mutilated. Open me up, take my heart and rip it to pieces. Eat it then, if you want to. Feel the blood flowing, soaking your hands, flooding the bedroom floor. That's what you wanted, huh? Happy now? I guess so. Now you have enough blood to fill your pool, or lake, or whatever you once told me you were going to do. Now you got what you wanted. And you got it for free. Will you miss me? I'd really like to know. I won't miss you, you know, because I can't feel anything, as I lie cold and motionless on the bed, while my blood is flowing, coming out of my veins. No, you're not satisfied yet. Rip me to pieces, take my liver, my stomach, my brain, do whatever you want to do with them. Don't feel any remorse, it's okay, I know it is. I knew one day you would have to do it, even though some years from now you'll be wondering why you killed me. Remember when you said you would never forget me? You lied, of course you did. Lies were all you told me, lies and more lies, you never spoke an honest word, you never meant what you said. Hush now, don't cry. Everything's over, there's nothing you can do. You can't take back what you've done. It's too late to turn back time, you can't bring me back to life.

Burn all my clothes, smash my photographs, tear all my letters, erase all memory. As if I never existed, as if I was never there. You will never change, I guess. You will always be the sadistic, bloodthirsty man who murdered me. Cover your face with my blood, feel ashamed of yourself, now make me yours, taste me, drink me, do what you always did to me. This time I won't put up a fight. This time I'll let you do as you want. This time I'll let you bite me, hit me, shout at me, pull my hair, kill me again. It won't hurt, it really won't. I want you to feel it, to feel the pleasure, to scream, shout, sweat. Let me give you everything I couldn't give you when I was alive. Kiss me, lick me, nibble my ear. I am just a toy now, a simple puppet. You can't hurt me, I can't scream, no one will ever find about this.

You've finished? Enjoyed yourself, didn't you? Yes, that's it. Now burn me, turn me into ashes. Throw me to the sea, where I shall lie forever, until the current takes me to a faraway land. But by then, you'll have forgotten about me. You won't remember my smell, my taste, my voice, my screams when you hurt me, when you gave me so much pain. Sometimes I thought I would die in your bed. So many times you could have killed me and you didn't, why did you make me endure such pain? Hasn't it been much easier to make me yours now? See, you should have killed me when you had the chance. I would have rest in peace, and your soul wouldn't be as tarnished and rotten as it is now. But you waited till I asked you to kill me. I guess you weren't that brave after all. I guess I wasn't either. Do not pity me now, you can do nothing. You must not feel sympathy. Cause no one feels sympathy for the dead.

Get rid of my body, and I swear you'll never see my face again. I won't return as a - do you actually believe in ghosts? I thought you more mature than that. Turns out I was the mature one, despite my youth. You'll never let the police know, let alone my parents. Make them believe I disappeared and might return someday. The press must be kept in the dark. Because they don't know a word, they don't know what happened tonight, how a forty-year-old man killed his teenage lover. But you see, I was never your lover. I never loved you, nor did you love me. You wanted me, you desired me, you were just a lunatic, necrophilic pederast, a damned rapist. Lust was all you could feel in your stone cold heart.

Everything is over now. My insides are ripped out. My body's but a pile of ashes. I no longer exist in this world. You will never see me again. And I will finally rest in peace, as I will have helped you to fulfil your lifetime dream. Keep my blood, if you must. Rub it all over your body, to become the bloody demon I always knew you were. Say no more, think no more, go to sleep. This will always be our dirty little secret.

viernes, 1 de abril de 2011

Nueva York. Diciembre 2146.

La lluvia golpea las ventanas del piso 45 del Empire State Building. El cielo, encapotado y de un color violáceo, no parece querer dejar de descargar agua. El viento azota los árboles con fuerza huracanada. Hoy se cumplen 10000 días del acontecimiento que cambió las vidas de tantos millones de personas. El inicio de la dictadura mundial y de un régimen opresor que acabaría con todo tipo de libertad humana. Veintisiete años de pseudoesclavitud disfrazada de falso comunismo igualitario. Veintisiete años de continuas revueltas de valientes opositores que osan enfrentarse al régimen, de encarcelamientos en masa y auténticas masacres. Pero la población humana sigue en aumento. Ya son 10000 millones de personas. El Presidente ha prohibido cualquier tipo de control de natalidad, y muchas mujeres son víctimas de constantes abusos, los cuales no son penalizados de ningún modo. Se ha implantado un férreo sistema educativo cuyo propósito, inicialmente de “formar ciudadanos de mundo”, ha derivado en formar máquinas que obedecen y siguen al líder como perritos falderos. Hay una total falta de moral, de escrúpulos, de solidaridad. Sólo existe el deseo de supervivencia en este duro planeta, un instinto de subsistencia que obliga a todos los ciudadanos a preocuparse únicamente por ellos mismos. Las mascotas han sido prohibidas también, al ser un signo de distinción entre personas. De todas formas, ya no quedan muchos animales en la Tierra. Llueve los 365 días del año, y hay tormenta unos 200. El cielo tiene permanentemente una tonalidad violácea, y nadie ha visto un rayo de sol en décadas. Todas las fábricas y centrales nucleares están en pleno funcionamiento, ya que todo el mundo tiene empleo fijo (fue una de las promesas que hizo el Presidente tras alzarse con el poder). La concentración de gases tóxicos ha llegado a niveles de sobresaturación, y partículas radiactivas flotan en el aire que se respira diariamente. Las enfermedades cardiorrespiratorias, no obstante, han disminuido al haberse adaptado el hombre a estas sustancias tóxicas. La energía nuclear es la base de toda la economía de la Tierra, y varios accidentes – o eso quiso hacer creer el Presidente – han causado estragos en muchas regiones, convirtiendo el 20% de la superficie terrestre en terrenos baldíos, desérticos, despojados de vida. El frío es un componente fundamental de la vida, las estaciones han desaparecido para dar lugar a un invierno permanente. El estado anímico de las personas es igual que el de su ambiente, personas frías, distantes, vacías de vida y de felicidad.

Desde la ventana de su despacho en el piso 45 del Empire State Building, Kayleigh Wilson observa el tráfico de la ciudad, los caminantes, con prisas, intentan no llegar tarde al trabajo. Deja escapar un suspiro. “¿Qué estamos haciendo?”, se pregunta. “¿Cómo hemos llegado a esto?”. A sus veinticinco años, no sabe lo que es vivir fuera de ese régimen, pero recuerda las historias de su abuela, historias de esperanza, de ilusión, de la felicidad de los tiempos pasados, cuando Central Park aún era verde y rebosante de vida. Historias que dejaron una importante huella en ella, y sus ansias de libertad crecen cada día que pasa en su monótono trabajo para una empresa energética. Es una firme opositora al régimen dictatorial, pero se siente incapaz de pronunciarse. No encuentra motivos para hacerlo. “Además” – piensa – “no cambiaría nada. Una persona no puede enfrentarse al mundo sola y esperar que cambie. Lo único que conseguiré es que me maten como a tantos otros que se atrevieron a hacerlo antes que yo.” Se sienta en su mullido sillón y da vueltas sobre sí misma. Es la única diversión que le está permitida. Después de girar un par de veces, se oye una voz por el interfono colocado en su mesa: “El señor Grayson acaba de aterrizar.”

Mientras tanto, en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York los pasajeros del vuelo procedente de Londres se apresuran a coger sus maletas y marcharse cuanto antes de allí. Los duros controles vigilan todo el equipaje que sale por las cintas y cachean a todos los pasajeros antes de dejarlos salir. Matthew Grayson, joven abogado londinense, busca un taxi que le acerque a Manhattan rápidamente. Tiene una importante reunión con una empresaria de la empresa energética más grande – y única que hay – del mundo. Tras meterse en el taxi y saludar al conductor como marcan las normas, sale disparado hacia el Empire State Building. El vehículo acelera sobre el asfalto mojado, la lluvia y el frío empañan los cristales, dificultando la circulación. Matthew divisa a lo lejos el Empire State, tras un duro esfuerzo de ver más allá de la neblina que envuelve la ciudad. Sale del coche – sin pagar, ya que con el nuevo sistema los taxis se convirtieron en bienes de la comunidad, financiados por el Estado – a toda prisa, entra en el edificio y pulsa el botón 45.

Unos nudillos llaman a la puerta. Una, dos, hasta tres veces. “Adelante” – dice Kayleigh. Ante ella aparece un joven moreno, chorreando agua por todos los costados. Matthew observa la sala con detenimiento. Su sobriedad no le sorprende. Ni siquiera su estado ruinoso. Tras el golpe de Estado, el gobierno del Presidente había prohibido cualquier tipo de lujo o distinción, impidiendo así el avance de la tecnología. El progreso del hombre se había detenido, convirtiendo a la humanidad en un ejército de robots programados para ordenar. Lo que no sabía el Presidente – al menos no en la medida que debía – es que algunos de esos robots se habían convertido en autómatas.

-Matt, tengo que decirte algo.
-Antes de que puedas decir nada, traigo buenas noticias. Mis aliados están preparados en Londres. Nuestro plan está funcionando a la perfección.
-No, no lo está.
-¿Qué quieres decir con eso?
Kayleigh toma una bocanada de aire antes de responder.
-Nos han traicionado. El Presidente lo sabe. Me vigilan. Nos vigilan. Todos y cada uno de nuestros movimientos.

Matthew deja caer la carpeta que lleva en sus manos antes de desplomarse en el suelo. Todo ha sido en vano. La esperanza ha desaparecido. La libertad se ha extinguido. Un futuro oscuro acecha, oscuro como el cielo que cubre Nueva York. Se escucha un trueno. Un relámpago ilumina la ciudad. La tormenta regresa. Pero quién sabe si volverá la calma algún día.

viernes, 4 de febrero de 2011

Las mujeres de hielo no tienen corazón

Cuando recuperó el conocimiento se vio rodeado de cuatro paredes de hielo. No había cadenas que le apresaran, pero una fuerza invisible, mágica quizás, le obligaba a permanecer allí tumbado. Miró alrededor, tratando de divisar alguna forma de escapar, pero lo único que podía ver eran grandes bloques de hielo rodeándolo, dejándolo encerrado como si se tratara de una cámara hermética. Intentaba no sucumbir a la desesperación, pero las fuerzas le abandonaban y el cansancio se apoderaba de él. Se dio por vencido, sabiendo que jamás volvería a ver la luz del sol.

Y en ese momento apareció ella. Misteriosa, elegante, gélida como todo lo que les rodeaba. Su largo y delicado vestido blanco emitía un brillo cegador, como si estuviera compuesto por diminutos cristales, cristales que recubrían todo su cuerpo y le daban un aspecto brillante, casi transparente. Parecía haber sido esculpida a base de diamantes, y su rostro no era humano. No había emoción en sus ojos, fríos y sin vida. Su larga cabellera azulada caía en cascada por su espalda. Definitivamente, no era humana. Quizá una estatua animada mágicamente, o una diosa, o un ángel caído del cielo. Él se aferró a la posibilidad de que ella hubiera venido para salvarle. Pero ella se limitó a mirarle, a observar cada detalle de su anatomía. Caminaba en círculos alrededor de él, murmurando palabras en una extraña lengua que él no fue capaz de reconocer. Gotas de sudor caían por su frente, al intentar vencer la resistencia que lo mantenía apresado en aquella habitación de hielo. Su cabello rubio y sus ropas estaban manchadas de sangre y barro, y en sus grandes ojos castaños no había sino dolor. Cada respiración le costaba horrores, y no debía malgastarlas, ya que cualquiera podía ser la última.

Notó unos dedos gélidos recorriendo su rostro, agarrando su barbilla y forzándole a mirar arriba. Y lo último que vio antes de desvanecerse fueron unos ojos, unos ojos de hielo que recordaría siempre.

(Prólogo de mi proyecto de novela, si hay suerte, se convertirá en una realidad ^^)
¿Preguntas, dudas, sugerencias? Comenta aquí o pregúntame en http://www.formspring.me/alicekroeger

lunes, 3 de enero de 2011

Él sólo quería divertirse un poco.

Eran ya pasadas las doce cuando él se despertó. Había sido una gran noche en todos los sentidos. No solo le habían ascendido en el trabajo, sino que por fin se había deshecho de aquella loca maniática que lo seguía a todas partes como un perrito faldero. Habían sido tres meses de fingido romance, hasta que él se vio incapaz de continuar con la farsa de mensajes empalagosos, flores y demás gilipolleces. ‘Ah, Natalie’, pensó, ‘Siempre fuiste tan ingenua’.

Él no estaba hecho para relaciones estables, así que esa noche había salido dispuesto a lo que fuera, pero sobre todo a conseguir alguna rubita resultona que llevarse al lujoso ático que poseía. Y al final lo había logrado. Sonrió y saboreó la victoria. Se giró y la vio, aún dormida, a su lado. Christine no-sé-qué, se llamaba. Pero era una máquina. Sí, esa noche había sido todo un triunfo para él.

La había encontrado en el local más exclusivo de la ciudad, cuando ella ya llevaba encima un cóctel explosivo de vodka, ron y ginebra y casi no podía tenerse en pie. Y al ver sus definidas caderas embutidas en unos ajustadísimos vaqueros, y su top de lentejuelas ligeramente caído, dejando entrever una buena delantera, sintió que su instinto sexual se activaba en aquel momento. Así que se había acercado a ella, y notando su fuerte olor a tabaco y alcohol, se percató de que ella no recordaría nada al día siguiente. Mucho mejor. La había agarrado del brazo y la había besado con brusquedad, acariciando todas y cada una de las curvas de su cuerpo, viendo cómo su rizada cabellera rubia se meneaba al ritmo que imponían sus apasionados besos, y la excitación se había apoderado de él. Se metieron en el deportivo de él y condujeron hasta su apartamento. Aquello había sido salvaje, ver cómo ella se despojaba de toda su vestimenta y se restregaba contra él, los movimientos rítmicos de su cuerpo contra el suyo, los gemidos de placer que ella dejaba escapar, el dulce contacto de sus lenguas contra sus cuerpos; hasta que habían acabado rendidos, excitados, agitados, dormidos uno al lado del otro, entrelazados.

Él se incorporó en la cama y se acercó a ella. Parecía un ángel cuando dormía. Un ángel resacoso, pero al fin y al cabo un ángel. Pasó sus labios dulcemente sobre el cuello de ella y le acarició suavemente la espalda. Ella se removió un poco, pero siguió durmiendo profundamente.